El silencio monumental de unas 8 mil personas en la plaza aledaña del Teatro alla Scala de Milán siguió solemnemente, la noche del lunes, al adagio assai, la Marcia Funebre de la Tercera Sinfonía de Beethoven, bajo la batuta de Daniel Barenboim, en el homenaje popular, multitudinario, de despedida a Claudio Abbado, quien durante 18 años dirigió esa casa de ópera.
Se cumplió así un ritual que data de la muerte de Arturo Toscanini (1867-1957). La ceremonia, que consiste en que la orquesta de la Scala hace sonar esa música fúnebre frente a las butacas, todas, vacías, pero las puertas y ventanas abiertas para que la gente en la plaza escuche lo que suena desde adentro, ha sido dedicada a músicos cuya cantidad se cuenta con los dedos de una mano, todos ellos directores de orquesta, todos ellos leyenda, como Carlo Maria Giulini (1914-2005), el maestro de Claudio Abbado y a quien estuvo dedicada la ofrenda más próxima anterior.
Transmisión en vivo por Internet
La ceremonia de anoche fue transmitida en vivo por Internet. Sobre el podio, Daniel Barenboim dirigió a la orquesta en un tempo lento, muy lento y triste como su gesto facial. Algo similar ocurrió el sábado en Alemania, cuando Zubin Mehta cambió el programa calendarizado al frente de la Filarmónica de Berlín e hizo sonar, en cambio, el Adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler, que sonó en la versión más lenta en su tempo de que se tenga memoria.
Mediante el uso de los tempi, el fraseo, la articulación y el talante emocional, Barenboim y Mehta completaron un digno homenaje de despedida a su entrañable amigo, pues los tres compartieron aventuras juveniles, maestros y los tres cantaron en el coro de la ópera de Viena, a manera de truco para lograr entrar a los ensayos de los grandes maestros de la época (Scherchen, Böhm, Walter, et al) y aprender de ellos.
Producida por la propia casa de ópera milanesa, la transmisión en vivo de ayer mostró la intimidad de la música en la sala vacía y la congregación popular en la plaza pública. La gente escuchaba como sumida en trance. Había lágrimas en algunos rostros. Todos se apretujaban, cuerpo con cuerpo, formando un auditorio de concierto muy sui géneris. Hacía frío.
En la pantalla pudimos ver a Barenboim en primer plano, desde la perspectiva de una cámara ubicada casi en el piso, entre la orquesta, mientras cámaras aéreas tomaban en picada y hacían pa-neos que llevaban al espectador desde la sala vacía hacia la plaza atestada. También, se montaron videos de Claudio Abbado, en blanco y negro todos, donde él dirigía la música que estaba sonando en distintas épocas: el joven Abbado, el maduro maestro y el director de orquesta que, lo observamos en pantalla como vemos cuando un botón se convierte en flor en cámara tan rápida que parece lenta, se fue desintengrando lentamente, en los 13 años que sobrevivió al cáncer, en una muerte bella porque sucedió en el podio, empuñando la sonrisa y la batuta.
Claudio Abbado, ayer lo vimos en pantalla, abandonó este plano material en una batalla por la vida, por la paz, por la alegría.